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Que mienta si me muero

Indispensable

Él no tenía nada especial, nunca lo había tenido. Era solo uno más, uno más de los que cada mañana cogía el autobús número 13 para ir a trabajar a las 7:30 en punto, uno mas de los que a las 11:30 entraba en el bar de la esquina a tomarse un café, uno más de los que cada tarde, a las 15:30 cogía de nuevo el número 13 para volver a casa tratando de evitar escuchar las conversaciones que a su alrededor giraban sobre cosas como el tiempo (hacía mucho frío para esa época del año), el fútbol (esa temporada el equipo de su ciudad estaba mejor que nunca) o la televisión (que como siempre seguía idiotizando a la gente).
Lo único que le hacía diferente a todos los demás, no estaba por fuera, ni en su monótona rutina o su aburrido trabajo. Lo que le hacía único estaba en su cabeza, él era consciente de lo que le rodeaba.
Un día como otro cualquiera, al sentarse en su asiento al fondo del autobús, se dio cuenta que el conductor no le había mirado, ni siquiera cuando al introducir el bonobús, la máquina no había cortado el trocito de cartón correspondiente a su viaje número 7. No empieza mal el día, pensó. Al llegar a la oficina, nadie lo saludó, ni le preguntó si se había dado cuenta del frío que hacía, si había visto el partido de la noche anterior, o si había estado viendo el último reality show que habían estrenado recientemente. No le extrañó, rara era la vez que alguien le saludaba al llegar, él sabía que los demás le consideraban una especie de “bicho raro”. El día transcurrió como siempre, ni siquiera se dio cuenta que nadie en toda la mañana le había dirigido la palabra. Debido a la enorme cantidad de trabajo que tenía, no pudo ir al bar de la esquina a la hora del café. Mejor, pensó, el café es asqueroso. Al montar de nuevo en el autobús de vuelta a casa, su bonobús tampoco hizo funcionar el aparato, pero el conductor, de nuevo pareció ignorarlo. Hoy es uno de los días mas afortunados que recuerdo, pensó. Pero al llegar a casa, analizando todo lo que le había ocurrido, o mejor dicho, lo que no le había ocurrido, se dio cuenta que no era normal. Es como si me hubiera vuelto invisible, pensó, y corrió a mirarse tontamente en el espejo, pero su cuerpo aún seguía ahí, podía verse perfectamente, eso le sirvió para calmarse, y más tranquilo se sentó en el sofá para ver en la tele las noticias sobre el fútbol y el tiempo, que irónicamente era lo único que podía ver del telediario al llegar a casa.
Los días pasaron uno tras otro igual que aquél primero, su bonobús seguía teniendo los siete viajes desde entonces. Un mes mas tarde cayó en la cuenta que nadie le había vuelto a hablar, las cajeras del supermercado ni siquiera le decían buenos días o gracias, se limitaban a leer de la pantalla el importe y a darle las vueltas evitando tocar su mano. Por lo menos sabía que no era invisible, ya había descartado esa posibilidad, pero aún no sabía porqué nadie le dirigía la palabra, tampoco intentó nunca forzar a alguien a hablarle por la calle, no le disgustaba la situación.
Las cosa siguieron sin cambiar en los meses siguientes. Es lo bueno de trabajar en una multinacional con miles de empleados, puedes volverte totalmente invisible, que mientras no dejes de fichar a tiempo, nadie se daría cuenta.
El invierno volvió a llegar puntual, como cada octubre en aquella ciudad norteña que solo tenía tres meses de buen tiempo. Al levantarse, ni siquiera se fijó que su calendario marcaba martes 13 de octubre. Cogió su viejo bonobús con los siete trocitos de cartón restantes y se dirigió a la parada. De nuevo el viaje hasta el trabajo en el número 13 le saldría gratis, aunque eso ya no le alegraba el día como al principio. De nuevo caminó hacia el fondo del autobús para sentarse en su sitio de siempre, solo que esta vez, el asiento estaba ocupado.
En él se había sentado un chico de unos 22 o 23 años, bastante gordo, con cara de estar bastante despistado, y con una cazadora naranja que a él le pareció bastante fea. La primera impresión es la que cuenta, y ese chico le había quitado el sitio en el que se había sentado todos los días durante el último año, y encima era gordo, raro y hortera, pensó. Así todo, decidió sentarse a su lado, en un intento de averiguar porqué se había ido a poner en aquel asiento y porqué nunca lo había visto en aquél autobús número 13.
Al principio ni siquiera se dio cuenta que el chico le había saludado, un año entero sin que nadie te dirija la palabra es mucho tiempo, pero a los cinco minutos cayó en la cuenta y dijo: hola. Espero que no trate de hablar conmigo del tiempo, de fútbol, o de televisión, pensó. Pero el chico no solo no hizo eso, sino que se le quedó mirando fijamente, o más bien mirando en su dirección como ensimismado en sus propias ideas, hasta que de repente dijo: - A ti también han decidido olvidarte ¿verdad?. Él no contestó inmediatamente, ni tampoco lo hizo cuando el chico dijo: - Al principio es duro, pero ya te acostumbrarás.
Y se derrumbó, se dio cuenta que había encontrado alguien como él, por fin sabía que era lo que sucedía, los demás habían decidido olvidarle sin más. En lugar de bajarse en su parada, se quedó en el autobús hablando con el chico y contándole su historia mientras pensaba que al final el chico no era tan gordo, ni tan raro, aunque su cazadora naranja le seguía pareciendo terriblemente fea. Cuando acabó su historia, el chico solo dijo: Esta es mi parada, y tras levantarse, se volvió y añadió algo que se le quedó grabado para siempre: A veces pasa que la gente se da cuenta que no eres indispensable en sus vidas, y deciden olvidarte. Y justo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, añadió algo que le hizo sonreír por primera vez en mucho tiempo: Y comprarse una cazadora naranja no hará que cambien de idea.
Nunca más volvió a ver al chico, hasta que una vez, navegando por Internet, encontró por casualidad una de esas páginas escritas a modo de diario que le llamó la atención porque en el encabezamiento aparecía la frase: “Solo quiero ser El Guardián entre el Centeno”, en la que pudo leer la historia de cómo se había vuelto un olvidado. En ella aparecía él, su bonobús que aun seguía teniendo siete viajes, el autobús número 13, y como no, el chico de la cazadora naranja al que le había contado su historia. Es absurdo, se dijo, no soy yo, ni es mi vida la que aparece aquí. Pero algo en su interior le decía que por fin había vuelto a encontrar al chico de la cazadora naranja que le había explicado porqué de repente todos parecían haberse olvidado de él.

1 comentario

Lydia -

Sí, aqui acabamos encontrándonos todos. Es curioso, imagino que quizás tomara el bus en el terminal 13.
Gracias, Trantor por linkarme, todo un orgullo, aunque creo que lo hiciste muuucho antes que yo.
Besos :)