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Que mienta si me muero

El último día del verano.

El último día del verano. Lo recuerdo solo con cerrar los ojos. Era una tarde de finales de agosto, el enorme Audi rebotaba por la vieja carretera de montaña mientras el Sol trataba de esconderse tras cada cumbre del horizonte como intentando evitar cegarnos. El “Minor earth, major sky” de A-ha sonaba en la radio por encima de nuestras voces que comentaban lo raro que era todo últimamente. Los cuatro sabíamos que esa era una de las últimas veces que íbamos a estar juntos en mucho tiempo, sabíamos que el verano se acababa para nosotros solo un par de días mas tarde, pero no nos importaba, pensábamos aprovechar todos y cada uno de los minutos que restaban para separarnos.
M trataba de esquivar los enormes baches mientras maldecía por lo difícil de hacerlo con un coche tan grande. A su lado, N contaba alguna historia sobre lo que había pasado la noche anterior en algún bar del pueblo. Detrás, I trataba de averiguar de qué diablos hablaba ella, y a su lado estaba yo. Yo simplemente sonreía pensando que ese había sido un buen verano. Entonces me di cuenta que no había nada más, estaba justo donde quería estar, el aire tibio del atardecer golpeaba mi cara y llenaba mis pulmones, estaba oyendo hablar a algunas de las personas que más quería, y podía escuchar una de mis canciones favoritas, que a modo de lazo de regalo, cerraba el círculo de un momento irrepetible.
Siempre me han gustado los viajes, y aunque aquél era corto, sentía que era uno de los mejores de mi vida, no faltaba nada ni nadie.
El Sol me cegó de repente haciendo que mis ojos lloraran, en ese mismo instante, la canción acabó y todos se quedaron mirándome fijamente sin entender porqué lloraba. Solo acerté a decir:
-Joder, que pasa, me lloran los ojos con el Sol.
Y la magia siguió, el “Summer moved on” de A-ha empezó a sonar, M volvió a quejarse de un enorme agujero en que acababa de meter la rueda. N siguió con su historia sobre la noche pasada, e I de nuevo trató de concentrarse en lo que ella estaba contando. Yo, por mi parte, simplemente seguí sonriendo mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas hasta la boca. El gusto salado de éstas me hizo darme cuenta que muchos años después, me acordaría de aquella tarde, de aquél coche y aquella carretera, me acordaría de aquél viaje, y no podría menos que sonreír.

Canción del día: Ruta a 80 - Jaime sin tierra

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