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Que mienta si me muero

Sigue buscando

La primera hora siempre es mágica, y ayer lo fue más aun. Todos los lunes falto a la primera clase para ir a tomar un café a la cafetería yo solo. El café es bastante horrible, pero el sitio me gusta. Tiene unos enormes ventanales que dan al Este, por las mañanas el sol lo inunda todo y se está muy bien. Como siempre, ayer llegué, pedí un café con leche y me senté solo. Normalmente la gente no va sola allí, se sienten incómodos si no tienen a nadie con quien hablar, nadie con quien disimular y aparentar que lo pasan muy bien. Yo voy solo, pido mi café y me siento en una de las mesas cercanas a los ventanales, me pongo los cascos y observo a los demás mientras fumo y tomo café. Ayer, de camino, sabía que algo iba a pasar, algo distinto, no sabía muy bien qué...
Cuando estaba por la mitad del café y por el segundo cigarrillo, la vi acercarse a la puerta, sola, como yo. Al entrar pareció buscar a alguien con la mirada mientras el sol hacía saltar extraños reflejos de su pelo rojo. Pensé que era una más, que había quedado con alguien para aparentar lo sociables y divertidos que eran. Pero no, se sentó sola dos mesas mas allá. Entonces me fijé en la foto de Robert Smith en su carpeta, en sus pantalones beige demasiado largos, en su camiseta verde y en su bolso de punto marrón y me di cuenta.
Era ella, habíamos estado juntos en aquella playa tan blanca junto a aquél mar inmensamente azul, tan azul que era imposible distinguir donde acababa y dónde empezaba el cielo. Habíamos estado allí tumbados mirándonos, midiendo el tiempo por los latidos de nuestros corazones que latían extrañamente acompasados. Perdiéndonos en los ojos del otro, sin prestar atención a la arena, el sol y las olas. Solo fue un sueño, solo fue una noche, pero yo recordaba cada detalle de manera tan exacta como se puede recordar algo que nunca ha pasado. Alguna otra vez había creído encontrar a algún otro personaje de mis sueños, pero esta vez era distinto, la recordaba perfectamente, sabía que la había encontrado, que por fin había acabado la búsqueda. En cualquier momento se levantará, se acercará y se sentará conmigo sonriendo como dos viejos amantes que se encuentran mucho tiempo después, pensé. En sus ojos podré ver la playa, el mar, las olas rompiendo al compás de nuestra respiración...
Ya casi podía sentir el olor a sal, la arena deslizándose entre mis dedos, y el tacto suave de su piel mientras me susurraba al oido alguna canción de los Piratas.
Justo en ese momento, llegaron sus amigas, al principio no lo comprendía, serán compañeras de clase con las que ha coincidido por casualidad, no puede ser, es imposible, en aquella playa no había nadie más, sólo nosotros dos.
En cuanto se han puesto a charlar animadamente me di cuenta. Me sentía como Atreyu pasando entre las dos esfinges, mi búsqueda no acabaría nunca. Una vez el desánimo me había invadido, pensé: que chicas tan sociables y divertidas, parecen pasarlo de miedo juntas. Y volví a ser el único que estaba sentado solo en toda la cafetería.
Fue como abrir uno de esos chicles con premio y encontrar una pegatina de “sigue buscando” que ni siquiera sirven para pegar en una carpeta.
Al salir, tras despedirse de sus amigas, tropezó con el bordillo y fue a parar al suelo dejando el bolso, la bufanda, el discman... esparcidos a su alrededor. Todo lo que me pasó por la cabeza en ese momento fue:
- Que se joda, por no haber estado aquel día en aquella playa.

3 comentarios

Beca -

ya lo he hecho alguna vez jeje. es mejor no abusar porque se acaba con el encanto de lo inusual y diferente :)

Trantor -

Te lo recomiendo a ti tambien, es muy interesante lo de estar solo/a en una cafeteria, pero hay que hacerlo con moderación, se corre el riesgo de volverse totalmente antisocial.

Beca -

.....y por perderse la sensación de tomarse un café solo de vez en cuando :)