Ayers Rock
Como el verano que estuvimos en Australia, y tu me decías que los canguros no estaban hechos para ti. No te acostumbrabas a conducir por la izquierda, y el calor era sofocante, pero lo soportaste todo, porque estábamos tan lejos de casa como se puede estar. Si vas un poco más lejos, ya vuelves, me decías al oido mientras veíamos ponerse el sol en el desierto. Eso es en Nueva Zelanda, te contestaba yo, no en Australia, pero tu ya no me escuchabas, ya estabas otra vez volando a muchos metros del suelo sobre esa enorme isla anaranjada.
Sentados en lo alto de Ayers Rock, casi podíamos sentir el sonido de los didgeridoos aborígenes rompiendo el silencio, y nos sabíamos fuera de lugar, profanando su lugar más sagrado, pero no nos impotaba porque estábamos juntos.
Paseábamos por Sydney, entre el bullicio de la que fuera villa olímpica, y la ajetreada vida de la parte moderna de la ciudad, y nos dábamos cuenta que es imposible sentirse más extranjero que en las antípodas. Buscábamos a Cocodrilo Dundee en cada esquina, aún sabiendo que es tan estúpido como encontrarse a Ortega Cano con traje de luces comprando en un supermercado de Madrid. Y nos reíamos de la gente que se empeñaba en jugar a Cricket y que parecía inventarse las reglas sobre la marcha.
Al despegar el avión de vuelta, nos prometimos volver juntos algún día, y pocos meses depués, me di cuenta que nunca más volveríamos juntos, ni a Australia ni a cualquier otro lugar.
Aquí solo, sentado en lo alto de Ayers Rock otra vez, casi me parece oir los ecos de tu risa entre el hipnótico sonido del didgeridoo. Parece que se está levantando viento otra vez, y que tendré que correr para refugiarme de la tormenta de arena, como corrimos juntos la última vez.
Pensé que llegaría a odiar este país al volver sin ti, pero es demasiado bonito, si alguna vez vuelves, sola o acompañada, no dejes de subir a Ayers Rock para sentir la brisa del desierto en la cara de nuevo, tal vez así consigas recordar aquellas palabras que me susurrabas allí mismo algún tiempo atras, y que yo me llegué a creer.
Sentados en lo alto de Ayers Rock, casi podíamos sentir el sonido de los didgeridoos aborígenes rompiendo el silencio, y nos sabíamos fuera de lugar, profanando su lugar más sagrado, pero no nos impotaba porque estábamos juntos.
Paseábamos por Sydney, entre el bullicio de la que fuera villa olímpica, y la ajetreada vida de la parte moderna de la ciudad, y nos dábamos cuenta que es imposible sentirse más extranjero que en las antípodas. Buscábamos a Cocodrilo Dundee en cada esquina, aún sabiendo que es tan estúpido como encontrarse a Ortega Cano con traje de luces comprando en un supermercado de Madrid. Y nos reíamos de la gente que se empeñaba en jugar a Cricket y que parecía inventarse las reglas sobre la marcha.
Al despegar el avión de vuelta, nos prometimos volver juntos algún día, y pocos meses depués, me di cuenta que nunca más volveríamos juntos, ni a Australia ni a cualquier otro lugar.
Aquí solo, sentado en lo alto de Ayers Rock otra vez, casi me parece oir los ecos de tu risa entre el hipnótico sonido del didgeridoo. Parece que se está levantando viento otra vez, y que tendré que correr para refugiarme de la tormenta de arena, como corrimos juntos la última vez.
Pensé que llegaría a odiar este país al volver sin ti, pero es demasiado bonito, si alguna vez vuelves, sola o acompañada, no dejes de subir a Ayers Rock para sentir la brisa del desierto en la cara de nuevo, tal vez así consigas recordar aquellas palabras que me susurrabas allí mismo algún tiempo atras, y que yo me llegué a creer.
4 comentarios
vi230850 -
Trantor -
Siempre hay que acordarse de los buenos tiempos, pero sin olvidar nunca los malos para no perder perspectiva. Es precisamente esa perspectiva lo que nos ayuda a crecer sin caer en la euforia inmediata o la depresión más profunda.
Ahora que leo esto que acabo de poner, no me parece que tenga demasiado sentido...
Miguel -
Nimue y su kaos -
besitos guapo