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Que mienta si me muero

Trantor y el bienestar artificial.

Trantor y el bienestar artificial. Ya llega la calma, esta calma que me invade y me destroza, esta calma que detiene el tiempo para mí, sólo para mí, y lo convierte en algo distinto, más parecido a un tranquilo arroyo que a una furiosa corriente.

La calma que me eleva y me aleja del suelo, remontándome como una bolsa de plástico en un día de viento.

Mis problemas se convierten de pronto en los problemas de los demás, no me pertenecen, como no me pertenece mi cuerpo, abrumado por el bienestar artificial.

El humo entra a través de mi garganta, deslizándose hasta mis pulmones, y con cada nueva calada, la noche se vuelve más extraña, más ajena, y a la vez más íntima e interesante.

Miles de canciones rompen el silencio y se aparecen brillantes como soles en medio de la oscuridad.

Lo general deja de ser importante, y lo que de verdad cobra sentido son las cosas pequeñas, tan insignificantes como un solo pez en un enorme océano, que es justo como me hacen sentir estas cosas.

Una sola palabra se transforma en una frase entera, y una sola mirada pasa a ser una conversación.

El humo se lleva lo accesorio, y me deja ver lo realmente fundamental, no recuerdo lo que me han dicho, pero puedo ver claramente lo que me han querido decir, e incluso lo que no me han dicho.

Los minutos se vuelven horas, y las horas son tan largas que ni siquiera puedo imaginar algo tan inmenso.

Es entonces cuando me siento mejor. Libre de lo secundario, centrado solo en lo principal. Y las conclusiones a las que llego, permanecen al día siguiente, recordándome que las cosas no son como son, son como las vemos

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