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Que mienta si me muero

Tarde

Tarde

Nunca me atreví a confesárselo, y cuando lo hice, ya era tarde. Era tarde para coger su mano y asomarme en sus ojos, tarde para apartar un mechón de pelo de su cara, tarde para dejar que me invitase a un café en un bar, tarde para decir exactamente lo que ella quería oir.

Dicen que cuando te vas, nunca lo haces del todo, siempre queda algo de tí en cada sitio en que has estado. Cuando vuelves, pasa un poco lo mismo, que nunca acabas de volver del todo. Es como uno de esos pantalones viejos que hace años que no te pones, siguen siendo cómodos, pero no te acabas de acostumbrar.

Volví a casa solo para decirle todas esas tonterías que había estado pensando durante el tiempo que pasé fuera, y resultó que ya era demasiado tarde, ahora ella no tenía tiempo para mi y mis estúpidas conversaciones. Era demasiado tarde, y lo que quería oir, no era precisamente lo que yo tenía que decirle.

Siempre se me ha dado muy bien rendirme, y lo hice una vez más, aceptando mi derrota antes siquiera de haber empezado la batalla. Sinceramente no me importó demasiado, en todos aquellos años lejos de mi ciudad había aprendido una cosa, me fui por ella, para no molestar con mis historias sobre las cosas que podríamos llegar a ser, y ahora todo era igual, no quería molestarla, no quería que ella se preocupara ni un solo instante por mí, así que cogí mis estúpidas maletas, llenas de estúpidas cosas que me recordaban a ella, y me perdí entre el tráfico antes siquiera de verla.

Ya sé que fue un acto cobarde, y quizá desproporcionado, quizá ella ni me reconociese al volver a verme, pero es mejor así, las cosas que no se saben, no pueden hacer daño, y las mentiras con el tiempo se hacen más y más dolorosas, así que cómo decirle que había estado mintiendo todo aquel tiempo...

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